Según nuestra alma se halle agitada o tranquila, las estrellas parecen rutilantes de amenazas o centelleantes de esperanzas. El cielo es también el espejo del alma humana, y cuando creemos leer en los astros, es en nosotros mismos en donde leemos”. (Eliphas Levy)

Resultado de imagen para vampire Illustration device claws—¡Levántate Azazel! Tienes trabajo, el reino de los cielos está prohibido a los perezosos. —dijo Vampiria con una voz dulce, que atravesó incorpórea los cristales de las ventanas sin cortinas de la habitación de Raymond. La voz susurrante lo despertó. Azazel se animó después de haberse quedado dormido antes de terminar su encomienda.

—¡Apresúrate! Debemos terminar lo que hemos empezado —le dijo Vampiria con voz telepática, susurrante, alucinada: “¿no te das cuenta que el tiempo existe en la dimensión que habitas? Terminemos, antes que el amanecer borre luminosamente la oscuridad que hace brillar nuestros fulgores. ¡Libérate! ¡Libérate! Es hora de que te unas nuevamente al tenebroso cielo”.

Azazel se levantó perturbado, sin darse cuenta cuanto tiempo había dormido. Dio pasos apresurados hacía el patio, donde un cielo preñado de estrellas le esperaba. y allí, entre la bóveda celeste relumbraba la roja Vampiria, que invadió sus sueños con aquella voz que él conocía desde los finales de su infancia. Cuando la estrella comenzó hablar a su alma, Raymond adoptó el nombre de Azazel, el cual le fue dictado por el astro junto a una promesa de liberación. Azazel llevaba implantado en sus manos unos dispositivos metálicos, que daban la impresión de garras afiladas. Sus excesivos colmillos de quirófano sobresalían de sus labios, en sus ojos, los misterios del delirio resplandecían como estrellas.

— ¡Ha llegado la hora anhelada alma sedienta! ¡OH roja Vampiria! ¿Será esta la noche en la cual regresaré a cubrirme de tu candor? —exclamó Azazel, excitado, poseído por una fría sudoración, que recorría su piel. Tres mujeres que estaban atadas a sus sillas en el patio, esperaban con horror las frías caricias de sus metálicas uñas, las que en unos instantes penetrarían virilmente la frágil piel de sus cuellos. Su boca se aproximó a digerir el cálido néctar de sus cuerpos moribundos… entonces, se escucharon disparos:

“¡La policía! ¡Manos arriba! ¡Deténgase!”, el ímpetu asesino de Azazel no cedió ante el llamado y continuó su encomienda. Cuatro disparos lo atravesaron haciéndolo  morir desangrado, con la mirada puesta en esa estrella que aún susurraba ¡El rojo Aldebarán!

Fin

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