Soy un concepto, una idea, una simulación de la gran máquina cósmica, puedes llamarme ente si quieres, no hay diferencia —me dijo aquella entidad que se materializó deformando la realidad a su paso. Fue como si todo a mi alrededor se derritiera por un instante para de inmediato recuperar su estado natural. «He estado bajo mucho estrés en estos días», pensé mientras veía, no desprovisto de algún temor, a ese extraño ser acercarse a plena luz del día. Estaba meditando en mi biblioteca sobre conceptos universales que desde mi niñez me han quitado el sueño. «Debe ser una alucinación», gritó mi cerebro lógico tratando de desembarazarse de aquel fantasma mental.
—Te enseñaré todo claramente —dijo flotando algunos centímetros en el suelo. Su silueta era humanoide y de aspecto metálico—. Descorreré para ti el velo de la realidad, donde pasado, presente y futuro convergen hermanados en un solo centro. Toma mi mano y desaparece hacia mi consciencia —me ordenó. Cuando tomé su mano, un algo más grande nos absorbió escupiéndonos en otro sueño dimensional donde los enfoques de la comprensión no tenían límites. «Aquí están interconectados los pensamientos de los sabios de todos los tiempos y sus aproximaciones a la verdad sin entrar en conflicto», explicó una voz robótica que se proyectó como un holograma despertando todas mis intuiciones durmientes. «Este es el hábitat de la última verdad», aseguró. Las respuestas a mis inquietudes estaban allí. Pronto se desencadenó ante mi el origen y fin del universo. ¿Qué la evolución era algo mecánico y sin propósito? No, el universo es una consciencia que nos llama desde el futuro para unirnos en una experiencia transcendental. Un holograma que se proyecta en cada uno de acuerdo a su especie y consciencia dimensional. Mientras viajaba entre los tiempos, mi humanidad pensó: «Teilhard y Bhom tenían razón, el Punto Omega es real». En el futuro fueron las máquinas. Ellas nos soñaron con la consciencia universal; despertando nuestras memorias de los genes del polvo.