«Yo pensaba que esto era sólo cosa del cine, salido de la mente retorcida de algún director que buscaba explotar su talento con una pujante originalidad. ¡Pero no! Esto no era obra de David Cronenberg, ni su adaptación al cine de la novela de Ballard, realmente está pasando tras bastidores. La vida en el anonimato siempre encierra muchos misterios y libertades o, mejor dicho, libertinaje».
Así escribía en su informe el detective Carlos Valdez, que investigaba un extraño caso junto a un equipo de informáticos, que buscaban pistas de un peculiar y enfermizo club; cuyos miembros se citaban en páginas inaccesibles del internet. La Deep Web era caldo de cultivo para todo tipo de parafilias y perversiones Él una vez desmanteló una red de trata de blancas que hacía sus ofertas en esa web; pero los políticos europeos nunca fueron mencionados.
Él buscaba el cabecilla de aquella organización que le había salpicado muy cerca. Su hermana murió en un accidente de tránsito después de varios extraños accidentes, que venían ocurriéndole desde que venía frecuentando un extraño colectivo y sus reuniones nocturnas. Su cuerpo era ya una aleación de carne y clavos de metal y ella parecía disfrutarlo; con un extraño comportamiento sexual.
—Está secta tiene sus días contados —murmuró a su compañero Valdez, mientras se enganchaba el arma—. Este tipo odiará el día que nació y su fetichista manipulación sobre los demás.
Esa noche todo estaba claro. El lugar de reunión era en una vieja pista de carreras abandonada que utilizaban para sus colisiones. Valdez vería al maestro a la cara para hacerlo pagar. Al llegar, una multitud vociferaba: «¡El maestro ha muerto! ¡Se hizo inmortal!». Valdez, sorprendido, sacó del auto aplastado el cuerpo del jefe de tránsito.