El apóstol

Esteban siempre fue una persona sensata. Sus amigos se preguntaban que le hizo anclarse en aquella secta. No sabían que sus reflexiones lo hacían buscar el camino de una iluminación espiritual. Un día escuchó hablar del maestro. Un hombre que se autoproclamaba la reencarnación de una divinidad. Al principio, el mensaje del gurú era sobre amor y liberación. Después, con el paso del tiempo, se volvió de un tono más oscuro y misterioso. Su carisma arrastraba consigo a un puñado de feligreses, que veían en Hierofante su tabla de salvación, su entrada al reino del cielo. Su doctrina abarcaba desde la astrología, hasta los extraterrestres. Sus prácticas de liberación del ego fascinaron a Esteban. Con el trascurrir de algunos años se convirtió en uno de los doce apóstoles que estarían cercanos al maestro; uno de los dirigentes de La Orden Del Sol Interior.  

Llegó la fecha indicada. En la noche el maestro trascendería su estado físico a un plano de conciencia pleno y universal. Los doce apóstoles junto a los demás seguidores se irían con él a la dimensión increada del Ain Soph; allí de donde habían manado las diez Sefirot.

«¿Qué pasa que aún no llega Esteban?», pensó el Hierofante ocultando sus ya marcados signos de ansiedad. Todos llevaban sus sagradas vestiduras. «No esperaría una traición de su parte a estas alturas».

Pronto se oyó un sonido en la puerta. Era él. Todos tenían el veneno divino sobre la mesa. Después de aquella gran cena se despedirían del plano físico. Un suicidio colectivo les conduciría a la salvación. Pero alguien irrumpió en la puerta con violencia. Era la policía. El Hierofante lanzó a Esteban una mirada despreciativa. El apóstol sostuvo su mirada con un respiro de alivio, y entonces sonrió.

El club de los accidentados

«Yo pensaba que esto era sólo cosa del cine, salido de la mente retorcida de algún director que buscaba explotar su talento con una pujante originalidad. ¡Pero no! Esto no era obra de David Cronenberg, ni su adaptación al cine de la novela de Ballard, realmente está pasando tras bastidores. La vida en el anonimato siempre encierra muchos misterios y libertades o, mejor dicho, libertinaje».

Así escribía en su informe el detective Carlos Valdez, que investigaba un extraño caso crash-mondo-vinyl-coverjunto a un equipo de informáticos, que buscaban pistas de un peculiar y enfermizo club; cuyos miembros se citaban en páginas inaccesibles del internet. La Deep Web era caldo de cultivo para todo tipo de parafilias y perversiones Él una vez desmanteló una red de trata de blancas que hacía sus ofertas en esa web; pero los políticos europeos nunca fueron mencionados.

Él buscaba el cabecilla de aquella organización que le había salpicado muy cerca. Su hermana murió en un accidente de tránsito después de varios extraños accidentes, que venían ocurriéndole desde que venía frecuentando un extraño colectivo y sus reuniones nocturnas. Su cuerpo era ya una aleación de carne y clavos de metal y ella parecía disfrutarlo; con un extraño comportamiento sexual.

—Está secta tiene sus días contados —murmuró a su compañero Valdez, mientras se enganchaba el arma—. Este tipo odiará el día que nació y su fetichista manipulación sobre los demás.

Esa noche todo estaba claro. El lugar de reunión era en una vieja pista de carreras abandonada que utilizaban para sus colisiones. Valdez vería al maestro a la cara para hacerlo pagar. Al llegar, una multitud vociferaba: «¡El maestro ha muerto! ¡Se hizo inmortal!». Valdez, sorprendido, sacó del auto aplastado el cuerpo del jefe de tránsito.